lunes, agosto 25, 2008

Caras ajenas


El pasado fin de semana estuvimos en Dun Laoghaire (Dan Liri pronunciado, que no hay dios que lo escriba...) que fue el Festival de las culturas. Pero aunque resulte raro, no os quería hablar del festival sino del viaje de vuelta en Dart.

La verdad que aquí en Dublín cojo el transporte público más bien poco porque uno de los escasos lujos de vivir aquí es, precisamente, que puedes ir andando a muchos sitios y más cuando vives en el centro, como yo. El caso es que voy todos los días al trabajo andando y los fines de semana estoy en el centro o volando por ahí o cojo taxis para llegar a sitios más lejos pero lo que es el transporte público tal cual, lo cojo bien poco.

Pero claro, para ir a Dun Laoghaire cojimos el Dart. De camino de ida fuimos charlando con Evita y no me fijé mucho en los pasajeros pero de camino de vuelta sí. No sé si os pasa que os fijáis en la gente cuando vais en el metro o en el autobús. Ademas el Dart tiene la ventaja de que tiene más visibilidad de gente que un bus y además como va al aire libre no tienes el rollo mira al suelo del metro porque mirar a alguien queda un poco amenazante. Tú vas medio mirando al paisaje y de cuando en cuando te fijas en pasajeros sueltos.

Normalmente no voy más allá de menudo pelo tiene ese, que bien queda este color con este otro de ropa (aunque eso aquí pasa muy poco, sería más bien qué horror de ropa!)y algún punto de atención como un polo que me gusta, unos ojos bonitos, una sonrisa sincera... no sé, cosillas sueltas.

Pero a veces me pasa que miro a alguien y me atrapa. Sin quererlo me pongo a pensar en su vida, como si la viera, aunque claro, no sea más que el fruto de mi imaginación, y eso me pasó el otro día de camino de vuelta con Antonio.

Un par de filas más adelante había, mirando como frente a nosotros, había una pareja. Él tenía la pinta de tío que se cree súper guay alternativo. Unos treinta y tantos, pelo bonito la verdad, con un castaño medio con canas pero grises, no blancas. Gafas de sol de cristales marrones amarillentos y vestido con camiseta oscura y chaqueta de vestir. Tenía pinta de estar muy satisfecho de sí mismo. Estaba ensimismado con la música que oía en los casos de botón y esa música se la mostraba a ella. Y es ella quien realmente llamó mi antención.

Ella tenía el pelo oscuro y largo, los ojos negros y pintados con una gruesa raya negra y el brazo izquierdo totalmente cubierto de tatuajes desde el final de la nuca hasta la muñeca. Así dicho podría parecer que tenía una pinta un poco agresiva o tosca pero todo lo contrario, tenía una expresión como melancólica, perdida.

Se puso los cascos y tras aprobar la música que su compañero tan orgullosamente le mostraba se quedó con la mirada perdida en el paisaje a ras de suelo, no miraba a las nubes, sino a la tierra. Y tenía una mirada triste. Tenía la mirada de alguien que no sabe qué busca pero sabe que no lo ha encontrado.

Y entonces era como si la viera pensando en qué hacía con ese tipo que no le parecía mal pero que en realidad no la llenaba. Era como ese tentenpié que entretiene la eterna espera del verdadero banquete. La imaginaba fingiendo sentimientos por él que en realidad querría tener pero que tenía que forzar un poco. La veía dándose cuenta de que a pesar de todo le necesitaba porque en realidad no tenía otra cosa...

Tal vez no tuviera nada que ver con él y simplemente estaba pensando que ese no era su sitio ni su lugar. Como si la hubieran sacado de la selva amazónica a un mundo civilizado que, a pesar de engatusarla con sus juegos de luces en realidad no le pertenecía. Como ese zapato que por mucho que te empeñes te queda pequeño, pero es tan bonito... de verdad, parecía que esa amazona estaba hecha para otro momento, otro lugar y que ella en el fondo lo sabía, lo sabía, pero qué iba a hacer? De cualaquier modo a pesar de que no eran los suyos no tenía más que ese momento y ese lugar.

No sé si vosotros también habéis tenido esa sensación en algún momento. Yo recuerdo esas ociosas mañanas de verano en las que me despertaba y sentía el paso de la brisa que entraba a través de mi ventana y se colaba por entre el espacio que mediaba entre mi piel y mis sábanas. Y justo antes de abrir los ojos me detenía y pensaba, sabía, que podría sentirme en cualquier otro lugar, en cualquier otro tiempo sólo con pensarlo. Podía estar tumbada en una cama en Turquía con todas las puertas y ventanas de madera con grabados árabes.

Podría oir los sonidos de idiomas desconocidos colándose por las rendijas de las ventanas con un mundo nuevo a mis pies pero totalmente familiar al otro lado de la pared, esperándome. Como si a través de un sueño pudieras pasar a otro momento de tu vida, o tus vidas, como si las reencarnaciones fueran ciertas.

Siempre me ha encantado esa sensación, esa teleportación de espacio y tiempo y ser.

Pues esa es la historia que quería compartir con vosotros.

Un beso